viernes, 30 de noviembre de 2012

Love Of Lesbian: Una orgía de sentimientos



Dicen en una de sus canciones que lo importante no es tener principios, si no tener finales. Y lo firman. No recuerdo con qué canción comenzó el concierto de ayer de Love Of Lesbian en la Riviera pero el final se me ha quedado grabado por apoteósico, frenético, brillante, memorable. Ya anunciaron al poco de arrancar que habían decidido dar únicamente un concierto (aunque hubieran podido llenar varios días) para que fuera especial, para que, los que acudimos, pudiéramos decir aquello de “yo estuve allí”.

Pusieron empeño en ello y, en mi opinión, lo consiguieron. Fueron desgranando su último disco, La noche eterna / Los días no vividos durante dos horas y media, un tiempo nada desdeñable, sobre todo teniendo en cuenta que el día anterior los Black Keys habían dejado a sus fans con un amargo sabor de boca al retirarse antes de cumplir la hora y media de rigor en el Palacio de los Deportes.

Los lesbianos no, se lo estaban pasando como enanos sobre el escenario y no parecía que tuvieran ninguna gana de irse de allí. Fueron encadenando la mayoría de las canciones de ese último trabajo, que desgrana en dos caras las noches eternas de desenfreno y sus días grises de resaca y soledad, con algunos de los grandes temas de los anteriores discos (Domingo Astromántico, Allí donde solíamos gritar). Y allá por el ecuador del recital, sacaron a relucir su repertorio más cañero. Con Algunas plantas, Los pizzigatos, Club defans de John Boy  y Si yo digo Ben, tú dices Affleck (Oscar al baile que se marca en este tema San Balmes) el público ya estaba desatado, yo pocas veces había visto vibrar así la Riviera, y cuando llegó Toros en la Wii explosionó esa fantástica “orgía de sentimientos” que el cantante, Santi, había usado previamente para definir el ambiente.

Y es que los asistentes eran popies ya talluditos, entrenados en esto de los conciertos y con grandes dotes de memoria, o muchas horas de entrenamiento, porque saberse de pe a pá las letras surrealistas de LOL no resulta nada fácil. Debía notarse desde arriba esa entrega porque Balmes, el “marqués de la inmoralidad” les aduló alegando que, como buen público madrileño, tenían “el equilibrio perfecto entre pasión y respeto”.  Tanto que nadie dudó en cantarle el cumpleaños feliz cuando otro de los músicos lo solicitó.
Parecía que ésa era ya la brocha de oro para una noche eterna pero después aún sonaron más temazos como El hambre invisible, en la que se encargó de la batería el ganador del concurso que había organizado la banda.

Oniria e imsomnia, el verdadero final que llevaban casi 20 minutos anunciando, dejó al respetable con un gran sabor de boca, gargantas cascadas y piernas ya doloridas de tanto baile. Quien pensara (como yo misma) que LOL es un grupo para escuchar de tranquis, debe ir cambiando esa idea.
Salí encantada y no me quito esa última canción de la cabeza desde anoche pero hubiera agradecido un guiño a las cercanas fechas navideñas y que, por una vez, el Cuñado Fernando saltara al repertorio. Nunca he oído un villancico tan divertido.