
A punto de despedir -por última y definitiva vez- a mis padres, a volver a bajar sus maletas hasta el empedrado de San Telmo y quedarme como una tonta mirando el taxi que se va con la mirada empañada; a punto de despedir, también, a una de mis dos "madres" de Buenos Aires, la que me ha acompañado desde que llegué, mi asistente sentimental y anímica, mi mejor compañera de Emiliano y de viaje, de Limonero, de cañas en la Plaza Dorrego... A punto de decirle adiós a la protagonista, junto a Pilar, la otra madre que se me fue allá por mayo, de noches de risas, de bailes, de paseos, la que compartió con nosotras el descubimiento de esta ciudad inabarcable, la que siempre tenía algún plan que proponerme o siempre se apuntaba al que propusiera yo... La eterna tercera inquilina del piso dinámico...
A punto de despedirlos a los tres y de quedarme huérfana aquí, y pasados pocos días del ecuador de mi aventura argentina, siento que he culminado el cerro que comenzé a subir en enero y que ahora la pendiente, poco a poco, se irá inclinando delante mío y la cuesta abajo, camino a casa, será más corta que la cuesta arriba. No es cuesta arriba porque haya sido mala pero sí complicada. Demasiado junto, un país distinto, una vida nueva, una independización, nuevos amigos, nueva familia, nuevo trabajo, calor en invierno, frío en verano, unos que se van, otros que vienen... Y yo en medio intentando báncarmela como mejor podía. Emocionalmente agotador... Ahora me paro en la cima, como un escalador triunfante se pasa y observa el monte que ha conquistado, y veo todo lo que he aprendido y cuánto he cambiado en los últimos seis meses. Y veo, además, que aún no ha terminado la hazaña y aún falta bajar de la montaña, esfuerzo no menos peligroso que es como cuando uno termina de cocinar un gran banquete pero todavía falta limpiar la cocina. Delante mío se extienden otros cinco meses que serán distintos de los que dejo atrás, por la gente, por mi ánimo, por el clima, porque Buenos Aires no es la misma hoy que mañana.

En fin a partir de agosto tengo la sensación de que todo irá más rápido, como precipitándose por esa cuesta abajo que encaro este fin de semana y dándose cada vez más prisa por llegar a las Navidades. Tampoco quiero embalarme y que se me pase como un rayo, pero algo me dice que la casi inminente visita de mis mejores amigos y mi hermana y después la llegada de la primavera me harán distraerme del reloj y su dicatdo y, cuando quiera darme cuenta, casi se estará terminando el camino. Espero no perder el equilibrio, mi objetivo en esta nueva etapa del camino es disfrutar del paisaje. Sin prisa, pero sin pausa. Al final del camino me esperáis todos vosotros.