Me sorprende cuando la gente acepta ilusionada nuevos destinos lejos, lejísimos de su vida. Por amor, por trabajo, por querer escapar de algo... Y parece que no se acuerdan de lo que dejan atrás. Y les resulta taaaan fácil el desarraigo. Me parece tan admirable como reprochable.
Creo que mi profesión no está pensada para gente como yo, apegada a su gente, a su ciudad, a sus costumbres, a sus lugares. De momento marcho por un año pero es muy probable que mi vida periodística me lleve lejos muchas veces a lo largo de los años. Y, aunque cueste volver a dejar Madrid y la familia, puede que sea capaz de hacerme una vida a medida en otros lugares. Lo malo es que esos también tendré que abandonarlos después de un tiempo, y volver a arrancar las raíces que tanto me va a costar echar. Y volver, con infinita paciencia, a echar otras nuevas. A hacerme una casita, un grupo de amigos, un mapa en los pies que reconozcan las calles de un nuevo barrio. Y cuando todo esto esté hecho y vea ya con nostalgia pero sin lágrimas mis "otras vidas", volver a hacer las maletas, coger un avión, y despedirme de todo para dar la bienvenida a un nuevo trabajo en una nueva vida.
No creo que me resulte difícil apegarme a gente de cualquier lugar y cogerles cariño, pero seguramente me será imposible no echar de menos a todos los que haya dejado atrás. ¿Y cuánto aguantará mi inclinación a la melancolía si voy sumando a gente a la que echar de menos?
Y esto lo pienso ahora que soy joven, y que mis únicos lazos son mi familia y mis amigos. No es poco para mí, pero es cierto que unos padres deben comprender que sus retoños echen a volar y los amigos, aunque les duela, deben dejarnos libres para perseguir nuestro destino. Pero, ¿cómo será esto si algún día tengo mi propia familia? Si me cuesta dejar a mis padres, ¿seré capaz de dejar a mis hijos? ¿Y si tengo un marido? ¿Podré tener una vida independiente de la suya persiguiendo mis noticias? ¿Ellos lo tolerarían? ¿Y hasta cuándo?
Por lo que veo últimamente la mayoría de los periodistas han vivido en cuatro, cinco o seis ciudades durante varios años. Y muchas tan distantes como la Habana, Washington, o Pekín -siendo, además, de Madrid-. Éste en concreto arrastraba a su familia con él, lo cual obviamente facilita las cosas, pero aún así dejaba a sus padres y amigos de juventud en Madrid. Y dejaba, en cada ciudad en la que vivía, amigos inolvidables. Mi doloroso y seguramente exagerado sentimiento de arraigo no sé si podría con todo eso.
Es duro decirlo, pero ojalá aprenda a echar de menos a la gente sin tintes de melancolía, sin sentir pinchazos por su lejanía, sin sentimiento de culpa por haberlos abandonado. Creo que me va a hacer falta en la vida que me espera y me va a facilitar mucho el hacer las maletas, pero ahora mismo no me veo capaz. En realidad es un lastre y el año que viene será la oportunidad perfecta para aprender a controlarlo.
Eso no significa que os vaya a olvidar, pero no creo que vosotros queráis que os recuerde con dolor, sino con cariño. O eso espero.
Bueno últimamente estoy un poco rara porque el tiempo se me echa encima y empiezo a ver muy cerquita un avión de Air Europa esperándome en Barajas. Y la llegada del frío, los árboles de navidad, las luces por las calles, y los anuncios en la tele no me ayudan. Creo que es la primera vez en la vida que no me apetece nada que lleguen las navidades. Y la primera vez que llevo un año esperando un viaje que, cuanto más se acerca, menos me quiero ir.
Se me pasará, no lo dudéis.
Creo que mi profesión no está pensada para gente como yo, apegada a su gente, a su ciudad, a sus costumbres, a sus lugares. De momento marcho por un año pero es muy probable que mi vida periodística me lleve lejos muchas veces a lo largo de los años. Y, aunque cueste volver a dejar Madrid y la familia, puede que sea capaz de hacerme una vida a medida en otros lugares. Lo malo es que esos también tendré que abandonarlos después de un tiempo, y volver a arrancar las raíces que tanto me va a costar echar. Y volver, con infinita paciencia, a echar otras nuevas. A hacerme una casita, un grupo de amigos, un mapa en los pies que reconozcan las calles de un nuevo barrio. Y cuando todo esto esté hecho y vea ya con nostalgia pero sin lágrimas mis "otras vidas", volver a hacer las maletas, coger un avión, y despedirme de todo para dar la bienvenida a un nuevo trabajo en una nueva vida.
No creo que me resulte difícil apegarme a gente de cualquier lugar y cogerles cariño, pero seguramente me será imposible no echar de menos a todos los que haya dejado atrás. ¿Y cuánto aguantará mi inclinación a la melancolía si voy sumando a gente a la que echar de menos?
Y esto lo pienso ahora que soy joven, y que mis únicos lazos son mi familia y mis amigos. No es poco para mí, pero es cierto que unos padres deben comprender que sus retoños echen a volar y los amigos, aunque les duela, deben dejarnos libres para perseguir nuestro destino. Pero, ¿cómo será esto si algún día tengo mi propia familia? Si me cuesta dejar a mis padres, ¿seré capaz de dejar a mis hijos? ¿Y si tengo un marido? ¿Podré tener una vida independiente de la suya persiguiendo mis noticias? ¿Ellos lo tolerarían? ¿Y hasta cuándo?
Por lo que veo últimamente la mayoría de los periodistas han vivido en cuatro, cinco o seis ciudades durante varios años. Y muchas tan distantes como la Habana, Washington, o Pekín -siendo, además, de Madrid-. Éste en concreto arrastraba a su familia con él, lo cual obviamente facilita las cosas, pero aún así dejaba a sus padres y amigos de juventud en Madrid. Y dejaba, en cada ciudad en la que vivía, amigos inolvidables. Mi doloroso y seguramente exagerado sentimiento de arraigo no sé si podría con todo eso.
Es duro decirlo, pero ojalá aprenda a echar de menos a la gente sin tintes de melancolía, sin sentir pinchazos por su lejanía, sin sentimiento de culpa por haberlos abandonado. Creo que me va a hacer falta en la vida que me espera y me va a facilitar mucho el hacer las maletas, pero ahora mismo no me veo capaz. En realidad es un lastre y el año que viene será la oportunidad perfecta para aprender a controlarlo.
Eso no significa que os vaya a olvidar, pero no creo que vosotros queráis que os recuerde con dolor, sino con cariño. O eso espero.
Bueno últimamente estoy un poco rara porque el tiempo se me echa encima y empiezo a ver muy cerquita un avión de Air Europa esperándome en Barajas. Y la llegada del frío, los árboles de navidad, las luces por las calles, y los anuncios en la tele no me ayudan. Creo que es la primera vez en la vida que no me apetece nada que lleguen las navidades. Y la primera vez que llevo un año esperando un viaje que, cuanto más se acerca, menos me quiero ir.
Se me pasará, no lo dudéis.
1 comentario:
Lo cierto es que, aunque no te conozco, me parece que te pasa algo parecido a mí. Estamos rodeadas de gente increíble por la que lo damos todo y que nos da todo lo que necesitamos, y piensas: ¿para qué ir a buscarlo a otro sitio? Para qué adaptarse en un sitio nuevo a una vida y a gente nueva de la que luego también tendrás que despedirte. Para mí, la respuesta es sencilla. Primero, descubrir que a pesar de lo que nos digan el mundo no es una mierda, porque allá donde vayas siempre encontrarás a personas que son la hostia. Segundo, porque no tiene precio hacer balance, mirar atrás y ver la cantidad de personas para las que significas o has significado algo, con las que has llorado y has reído o les has hecho llorar o reír. Y que no podrán evitar una sonrisa cuando un día de pronto se acuerden de ti. Esta vida de tumbos que hemos elegido nos permite, en cierta manera, luchar contra lo que dice Jorge Drexler en una canción de que "no dejaremos huella, sólo polvo de estrellas". ¡Y además, coño, que los argentinos están muy buenos! ;) un besito compi. Pilar de Sevilla. (ya estoy viendo cómo vana ser los domingos por la tarde como nos pongamos filosóficas...yo acudo mucho a mi amigo Haagen Dazs)
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