viernes, 22 de febrero de 2008

Hay un montón de locos ahí fuera

"Hay un montón de locos ahí fuera". O eso dice Oliver, un alemán de 36 años que un día decidió vender su empresa de computación, comprarse una moto de 500 kilos y con ella recorrer 80.000 kilómetros. Se fue desde Alaska hasta Tierra de fuego, prácticamente desde el polo norte hasta el polo sur, o lo más cerca que puede llegar una moto al menos. Un año y medio estuvo de viaje, sólo él, su moto, y su mochila. En el camino le pasaron millones de cosas que ayer, en una terraza al la luz del eclipse, nos contaba como si fueran cotidianas. "Si bueno, cuando llegué a México no sabia nada de español, sólo sabía preguntar por la gasolinera más cercana". Y ahora en Buenos Aires habla con una fluidez y un vocabulario que muchos españoles quisieran para ellos mismos. La moto le jugó malas pasadas, tuvo que arrastrarla literalmente hasta talleres de BMW varias veces sin saber siquiera dónde se encontraban y dio los gracias al cielo cuando salió airoso de Perú y Bolivia porque en esos países no existía ningún mecánico que pudiera ayudarle.
Durante 19 meses hizo y deshizo amigos, sorprendió a indígenas que nunca habían visto nada parecido a una bicicleta en su vida, se quedó en las ciudades el tiempo que el cuerpo le pedía y huyó de ellas cuando escuchaba a la autopista llamándole.
Oliver dice que uno se imagina que un viaje así es como estar de vacaciones, pero que no, que es estar viviendo. Y tiene toda la razón, el cansancio, los problemas, las experiencias que él ha vivido no se viven cuando uno sale una o dos semanas de vacaciones.
Nos dejó perplejos cuando, después de narrarnos su hazaña como el que cuenta que se ha ido de paseo al parque, se tronchaba de risa contando que hay gente que hace su mismo recorrido en bici e incluso andando (el andarín lleva cuatro años, saliendo desde el sur de Argentina, y todavía va por Colombia). "Hay un montón de locos ahí fuera", decía. Según él, los biciclistas cuando subían las cordilleras de los Andes en contra del viento llevaban una velocidad de 4 km/h. Y su viaje era de 80.000. Oliver los pasaba con lástima sobre su BMW como si fuera un gepardo al lado de una tortuga.
También nos contó uno de los del hostel su viaje a Bolivia, donde pasó seis meses en aldeas indígenas en las que la gente, que no tenía nada en la vida, y el que dice nada dice NADA, se quedaba sin comer por ofrecerle a él algo para cenar.
Imposible resumir en un post así todo lo que nos contaron ayer, y lo que más me impresionó fue que lo contaban con una naturalidad..., como el que se va a por tabaco vaya. Nuestra "aventura" bonaernse quedó en un paseito al lado de Oliver y Nicolás, que hicieron que me sintiera una hormiguita a la que no le va a dar tiempo en la vida a vivir ni un pellizco de todo lo que se puede vivir. Porque para eso hay que ser valiente.
Por lo menos ayer, desde una terraza de San Telmo pude recorrer todo el continente americano sobre una moto y visitar las profundidades de Bolivia sin moverme de la silla.
También conocimos una historia a la inversa, la de un inglés que lleva muchos meses hospedado en el hostel -que es más bien cutre, la verdad-. Lo que hace en todo el día es levantarse tarde, salir a comer, dormir toda la tarde, salir a comprar cerveza, beberse la cerveza en la puerta de los baños -ni siquiera en el salón común- y volverse a la cama. Así durante meses. Dicen que le rompieron el corazón pero aún así es incomprensible para mí su actitud, vivir durante meses en una habitación que compartes con 5 personas diferentes que cambian cada pocos días, irte tan lejos de tu casa para recluirte en la apestosa puerta de unos baños comunes, cruzar el charco para no salir de ahí...
Verdaderamente, hay un montón de locos ahí fuera.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial!! Me ha encantado este post Sandra, el mundo es para los valientes. Sigue disfrutando de tu experiencia en Buenos Aires y que conozcas muchas mas gente así. Un abrazo muy fuerte!

Anónimo dijo...

Vete cogiendo ideas xa cuando lo hagamos nosotras con la furgo!!!

Un besito

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con las tardes de los domingos, lo mejor con el suavizante ese. Casi lloro cuando me has llamado, te quiero, besos
Ame