lunes, 3 de marzo de 2008

Tarde de domingo


Para mucho es tarde de fútbol para otros es tarde de misa, la mayoría de la gente la odia. La tarde del domingo es una tarde arisca, nublada, difícil, premonitoria de que muere otra semana, y se acerca el lunes... Cada uno intenta superarla a su manera, pero conozco a demasiada gente que, dado que odia por defecto las tardes de domingo, se limita a pasarla lo mejor que puede, sabiendo que va a sufrirla haga lo que haga. Muchos optan por, simplemente, quedarse en casa y esperar que el domingo desaparezca paulatinamente a la vez que la resaca.



A mí siempre me ha parecido un desperdicio no contar con el 20% por ciento del fin de semana, que ya de por sí es corto, y procuro aprovecharlas en la medida de lo posible.


En Madrid ya desde hace mucho tiempo tenía una agradable rutina para las tardes de domingo. Tras la comida en casa de mi abuela con su riquísima sopa que tanto echo de menos, y una buena siesta, me iba con mi familia y con los Herrero -mi novio de cine fallaba últimamente- al cine. Así no sólo me salía gratis estar al tanto de los estrenos sino que disfrutaba de la tarde y aprovechaba para estar con mis padres. He de decir que yo no "estoy" con mis padres porque tenga que hacerlo si no que lo hago porque me gusta, lo disfruto, a diferencia de la mayoría de gente de mi edad.


Y los domingos por la noche en mi casa se cenaba o bien bocata de jamón o bien tostadas con mantequilla y mermelada. Mmhhh... A mí me gustaba esa rutina que de vez en cuando traicionaba para irme al Retiro a pasar la tarde entre tambores.


Y estos domingos eran ya domingos madrileños completos si por la mañana había ido al rastro y antes de llegar a casa de mi abuela me pasaba por La Latina a tomar el aperitivo. Grandes rutinas para grandes días.




Ahora, aunque llevo poco tiempo aquí, es suficiente para haberme formado una nueva rutina para los domingos. A última hora de la mañana, un paseo por el mercadillo de San Telmo, que es como el rastro pero con más espacio y suena a tango. Luego, comemos fuera y por la tarde se instala la milonga en la Plaza Dorrego. Me gusta ver cómo la gente va allí a disfrutar del tango, solos, y se acaban juntando unos con otros para abrazarse con desconocidos en medio de la plaza mientras decenas de personas los observan. Luego, un té o un batido en alguna de las terrazas de la plaza mientras me leo EL PAÍS. de cabo a rabo con toda la tranquilidad del mundo. Y a casa a mentalizarse para la semana que nos espera.


Una alternativa agradable es la de ir a merendar a Recoleta, que también hay mercadillo, parquecito, y una pastelería...uf!




Aquí os dejo dos fotos de mis dos últimos domingos y tengo la sensación de que serán así muchos más.






2 comentarios:

Anónimo dijo...

....y como se te echa de menos esas tardes comiendo y después discuetiendo, en el buen sentido de la palabra, la película que vamos a ver esa tarde, somos cuatro y cada uno una película hasta que nos ponemos de acuerdo, y menos mal que a los Herreros siempre les parece bien, y después despertándote de la siesta que no es fácil...

Anónimo dijo...

la mitad de mis domingos son futboleros pero siempre con un segundo tiempo en casa de mis amigos jugando ha algun juego.Pero prefiero un domingo para saborear los ultimos momentos de una escapada de fin de semana.