Este ha sido un fin de semana de contrastes.
El viernes fui gentilmente invitada a cenar al restaurante de moda del barrio más pijo de Buenos Aires. Allí me planté yo con mi vestido nuevo, mis tacones y mi elegante collar de murano recién heredado. Platos de nombres interminables e impronunciables, vino de altas esferas servido por impecables sumilleres, velas y preciosas copas de finísimo cristal, gente cool en las estudiadísimas mesas, mucho diseño, mucho lujo. A la salida, un coche con su correspondiente chófer y los cristales tintados nos esperaba en la puerta y me llevó hasta casa mientras cuatro escoltas nos seguían de cerca pero muy discretamente. Al bajar al empedrado de San Telmo se rompió el cuento de hadas y dejé de ser princesa por esa noche cuando un niño sucio me pidió unas monedas en la puerta de casa.
Al día siguiente me calcé los vaqueros y las zapatillas para irme a un concierto de rock. Sentada en el suelo, bebiendo cerveza y rodeada de rockeros con barba y hippies de pelo largo, de olor a marihuana, del potente sonido de las guitarras eléctricas, me imaginaba cómo se sentiría allí la gente que el día anterior cenaba tan estirada en Palermo. Por un momento pensé que estaba en el Viñarock pero cuando busqué por allí la gorra de Javi y quise pedir fuego a Anita y no estaban, me acorde de que hacía justo un mes que vivo a 10.049 kilómetros de ellos.
Unas cuatro horas después fui a otro concierto, de corte totalmente distinto. En esta ocasión bohemios e intelectuales estaban plácidamente sentados en torno a un pequeño escenario en el que un cantautor homenajeaba a Silvio Rodríguez, a Sabina, a Ismael Serrano y a algunos otros. No había humo, ni camisetas negras, ni rastas. Tampoco perlas, tacones finos ni brillantes joyas. Se respiraba más un ambiente de autocomplacencia, de reconocimiento mutuo entre todos los asistentes cuando el cantautor entonaba las primeras frases de canciones-himno, tales como Ojalá o Papá cuéntame otra vez. Las añejas reinvindicaciones políticas estaban presentes y se respiraba un halo de izquierdismo y utopía vital que unían en un mismo canto a jóvenes, maduros y viejos progres.
Yo, en cada uno de los tres lugares estuve a gusto. Cierto es que en el restaurante elegante me sentía un poco ajena a lo que me rodeaba pero eso no me impidió disfrutar de la cena ni del ambiente. En el concierto de rock estaba en mi salsa y, por lo visto, se me notaba, sólo me faltaba el kalimotxo. Viendo al cantautor disfruté como una enana y me canté el 90% de su repertorio.
¿Hasta qué punto es definitorio el hecho de pertenecer a una tribu urbana? ¿Y hasta qué punto es positivo? ¿Todos los que se definen gracias al grupo urbano al que pertenecen rechazan los opuestos? Por lo que yo he visto, en general sí. Y ¿todos se sienten plena y únicamente identificados con los paradigmas que se ocultan tras la música, las ropas, las ideologías, las costumbres, los lugares comunes que definen esas tribus urbanas? Yo no creo que pueda enmarcarme en ninguna concreta aunque tampoco en todas a la vez, pero me gusta poder adapatarme a casi todo -sigo con el reggetón y su ambiente atragantados y nunca me veréis en Pachá- y disfrutar de cosas muy diferentes. Seguramente algunos consideren eso como "traición" o como que no se disfruta en profundidad de ninguno de estos "ambientes". Pero os aseguro que yo puedo sentir igual de mío un concierto de Extremoduro, uno de Quique González o uno de Manu Chao, con las ideas, ambientes y gentes que acompañan a todos ellos, sin sentirme fuera de lugar ni extraña.
3 comentarios:
A lo largo de mis cinco años compartiendo apuntes y alcoholes con el CEU no han sido pocas las ocasiones en las que mi grupo de amigos de toda la vida me decían: ¿Pero a qué coño vas a Palacio de Gaviria? ¿Qué pintas tú en el Catz? Se te pira la pinza, tio, anda que ponerte zapatos y camisa para ir al puto Kapital... ESTÁS CAMBIANDO.
Siempre he pensado (y así se lo he hecho saber a la gente que me decía esto) que ir a una discoteca y otra no me hace ser diferente persona, ni significa que me guste el pachangueo ni nada similar. El motivo es tan sencillo como que me la suda la música que suena, el gentío ambiental que me rodee o la ropa que "me toque" ponerme; lo importante está en la compañía con la que voy, los amigos que prefieren ir a esos sitios y mi capacidad de tolerancia y respeto. ¡Me da igual ir donde sea mientras me encuentre a gusto con los que me rodean! El resto, puro superficialismo. Dicho queda ;-)
Eso me recuerda cuando salto como un poseso en el pub pinchando Rolling Stones, Muchachito, Pereza, The strokes, Black eyed peas,Green day, Amaral ... (igualitos entres si)y luego digo que me encanta ir a Fabrik, Space, Family club,conciertos de Fito, Tontxu, Taxi o simplemente de un grupo que suena bien; la gente flipa. No saben lo que se pierden por encerrarse en un estilo...
¿Con quien has ido tu al restaurante super chic? Ayyy lo q te voy a echar de menos en nuestra organizacion del viña o festival similar al q vayamos.
Un beso
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