martes, 2 de octubre de 2007

Leo, luego existo

Cuando uno termina un libro, sobre todo uno largo, se queda medio huérfano. Después de compartir muchos viajes en metro y muchas noches con sus protagonistas, cuando llego a la última página la leo despacito, para que no se acabe nunca, porque cuando cierro el libro y se me pasa la sensación de culpa por dejarles ahí dentro hasta que vaya otro a rescatarles, me entra una especie de vértigo al pensar, ¿y ahora qué?.
Es excitante enfrentarse a la estantería de mi casa repleta de libros y ser completamente libre para elegir qué me apetece empezar a leer ahora. Aún más lo es entrar en la Casa del Libro, en Fuentetaja o en la Fnac, y tener frente a mí miles de posibilidades. Soy consciente en esos momentos de que puedo encontrar algo que me haga vibrar o elegir algún volumen que me aburra sobremanera. No es una decisión fácil, señores, a mi me resulta bastante difícil de hecho.
A esto se suma otro sentimiento de culpabilidad: hay libros que llevo años queriendo leer pero, cuando puedo elegir qué titulo empezar, nunca los elijo. Normalmente me da pereza o se me cruza por delante otro mucho más apetecible y así, aunque sé que quiero leerlos, llevo mucho tiempo detrás de Trópico de Cáncer o de El Gran Gatsby, por ejemplo, sin acabar de decidirme nunca a empezar a leerlos.
A pesar de eso soy capaz de repetir varias veces el mismo libro porque me fascine, aunque me sepa la historia de memoria porque no me canso de ella, como me ha ocurrido con La casa de los espíritus o A sangre fría. Lo malo de releer es que se pierde la sensación de aventura según enfilas las primeras páginas. Eso de vivir, de pronto, una vida nueva. Resulta emocionante conocer a los personajes, los lugares, las historias. Y lo mejor de todo es que los conoces como más te apetezca, porque el escenario y las caras de la gente las pones tú en tu cabeza! Estoy convencida de que la gente a la que no le gusta leer es porque aún no ha encontrado en su cerebro ese mecanismo por el que las letras impresas sobre una hoja de papel se convierten en una película que se proyecta en tu cerebro.

Hoy mismo, la cola de las entradas para Bruce me ha brindado la oportunidad de colarme en la Fnac, ya que me he terminado el larguísimo volumen que me ha tenido ocupada prácticamente todo el verano (aunque he de confesar que le he traicionado y me he leído otros entremedias) y lo he vuelto a hacer. Aunque en mi cuarto hay muchos libros que quiero leer, no he podido evitar comprarme Nocilla Dream y postponer, de nuevo, esas lecturas autorecomendadas.
Ya os contaré si ha merecido la pena, y seguiré con el tema porque me quedo corta.
La foto, por cierto, es de la biblioteca del Trinity College de Dublín, la biblioteca más atractiva que conozco.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

de tu pasión por la lectura siempre me impresionó la capacidad que tienes de llegar borracha a las siete de la mañana y ponerte a leer..cuando lo cuento en casa vuelves a adquirri el mismo nivel de cultureta que el día del national geographic..aún no me he vengado..jajaja.un besito

Anónimo dijo...

no se si será entrometerme en algo privado pero no me he podido contenerme y sentirme un poco identificada con lo que sientes al terminar un libro que realmente te ha llegado...¿Sabes lo que hago yo?cuando lo termino, lo cojo entre mis manos y lo aprieto fuertemente hacia mi,es una manera de darle las gracias por haberme acompañado tantas noches¡¡¡¡ y lo mas bonito es ver como la misma historia a cada persona le llega de una manera diferente, incluso yo misma cuando vuelvo a leer un libro dependiendo de mi estado de animo , revivo unas partes mas que otras¡¡¡¡ es curioso verdad? bueno un beso y de vez en cuando seguire haciendote llegar mis comentarios¡¡¡¡