Una vez más cerramos el año al ritmo de la música de Fito. Esta vez fue el pasado domingo, día 30, y repitiendo en el Palacio de los Deportes donde el bilbaíno terminó de rubricar su nombre entre el estrellato de la música española -vale, ya sé que eso tampoco tiene demasiado mérito...-.
No sólo porque completara el aforo durante dos días seguidos en el broche final en una gira de llenos, ni porque su sonido y su directo han mejorado tanto en el último año que parece casi otro, sino, y sobre todo, por la pasión que pone en sus bolos.
Fito se dejó la piel -y la camiseta- durante las más de tres horas que embaucó a su público, totalmente entregado, con los grandes temas de todos sus discos. No se detuvo especialmente en el último y afortunadamente tampoco se olvidó de los primeros y sus grandísimas piezas -Rojitas las orejas, A mil kilómetros-. Hubo tiempo para todo, para baladas, para blues, para rock y sobre todo para los impresionantes -a veces algo cargantes incluso, de largos que eran- solos de guitarra y saxo a cargo del gran Carlos Raya y de Javi Alzola.
Las 14.000 personas que llenábamos el recinto no nos cansamos de bailar y saltar en casi todos los temas, y coreabamos todas las canciones como si la vida nos fuera en ello -incluso las que no tenían letra-. El antiguo líder de Platero no consiguió nada tan emotivo con su otro grupo, más de rock callejero que poético, y no pudo evitar echarse a llorar en el último momento del último concierto de la gira "Por la boca vive el pez", cuando todo su equipo llenó el escenario y a la gente le quemabana ya las manos y los labios de aplaudir y silbar.
Fito estuvo explosivo, excesivo, sangrante, hiperactivo, magnífico, en su sitio, y arropado por una banda que sabe lo que quiere y se lo sirve en bandeja. Pero eso no supo transmitírselo del todo a su telonero, Quique Gonzáles, que no supo elegir ni el repertorio ni el ritmo para un público que esperaba ansioso a Fito y se cansó pronto de su voz triste y melancólica y de sus temas lentos y, para mi gusto, demasiado versionados. Si se hubiera abstenido de lucirse -no era el lugar ni el momento- con sus gorgoritos y hubiera tocado, como él sabe hacerlo y como hacía con los Taxi Drivers, sus temas más rockeros y de forma naturalmente acelerada, las canciones de sus primeros discos, mucho más animadas, habría ganado una grna cantidad de público el domingo. Pero se debe pensar que él no lo necesita. Es un genio, pero, esta vez, Quique González metió la pata.
1 comentario:
un concierto increible que sin duda fue el mejor colofon a un gran año para todos
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